Un nuevo día, y estaba allí, en mi vestimenta como deidad oficiando la ceremonia. Era algo que hacía con gusto, dado que era mi labor como guardián de la necrópolis el asegurarme de que las almas llegaran sanas y salvas a la necrópolis para ser juzgadas correspondientemente. Era algo triste que estas personas murieran tan prematuramente, pero el balance de almas no debía ser modificado. Y lamentablemente, el lograr hacer este entierro era algo que podía considerarse con suerte, dado que muchos aventureros acaban perdidos por la dungeon, sin llegar a volver a salir. Trataba de ayudar en lo que podía en ese aspecto, pero no gozaba del poder necesario para lograrlo.

Había personas que estaban llorando por la pérdida de un ser querido, un amigo, un confidente, un posible esposo... muchas eras las veces que tenía que enterrar a alguien con esas características, gente que antes estarían sonriendo y en un segundo, ya no volverían a verse; o al menos hasta que se reunieran de manera natural en la necrópolis. Eso era lo que intentaba inculcar en aquellas personas, que siguieran viviendo su vida, dado que cada ser querido estaría esperándoles en el otro lado, y para ellos sería una espera corta, no tendrían que preocuparse para tratar de reunirse con ellos, sino mas bien disfrutar de la vida corta de la que gozaban. Algunos perdían la esperanza por vivir, yo simplemente trataba de hacer que la recuperaran, aunque no siempre se lograba. No es que pudiera hacer mucho más, aparte de asegurar que las familias en cuestión lograran conseguir una clausura que de otra manera no obtendrían.

Finalmente, di los últimos pasos del funeral, y el aventurero terminó por ser enterrado, siguiendo las tradiciones. Suspiré, cerrando los ojos un momento antes de pasar a moverme para dejar a la familia tranquila. Algunas veces la familia me lo agradecía, pero la gran mayoría prefería quedarse entre ellos, simplemente llorando o recordando mejores momentos. Era un momento de luto que entendía a la perfección, y respetaba. Siempre era bueno mostrar respeto a los demás, sobre todo a los muertos dado que te reunirías con ellos tarde o temprano, preferiblemente tarde. Pasé simplemente a caminar, y a observar el cementerio, dispuesto a pagar varios respetos, y comprobar que sus almas hubieran llegado a su destino. No podía emplear mis poderes de manera habitual, pero al menos tenía el derecho de comprobar si las almas iban bien encaminadas; aunque eso lo mantenía generalmente oculto... No era cuestión de dar una impresión equivocada al fin y al cabo.

Abrí mis ojos, dejando de tratar de sentir las almas en cuestión. De momento el trabajo estaba hecho, el alma había llegado a su destino y estaría siguiendo el protocolo correspondiente, pero era igualmente algo que tenía que hacer sin que nadie llegara a darse cuenta. No es que estuviera haciendo algo ilegal, pero cuanta menos gente lo supiera mejor. Siempre había alguna deidad que quería aprovecharse de cualquier tontería para obtener ventaja, y esto era algo que entraba en esa categoría. Aunque ya las deidades deberían saber que me tomo el trabajo en serio y que esto es algo normal en mi dado que era el guardián de la necropolis, deidad de la muerte, etc, etc, etc.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la llegada del aventurero armado con una armadura, y un casco que me recordaba a una cebolla. Los mortales si que tenían gustos artísticos raros, y al menos esta cebolla no provocaba que llorases si intentabas cortarla o algo así; aunque dudaba que nadie fuera a intentar hacer eso con una cebolla de metal. Pero el hombre estaba serio, pasando a presentarse como Dietmar y que era un conocido del fallecido, a la vez que me agradecía el servicio que había hecho por enterrarlo. Era lo menos que podía hacer por alguien, era mi labor el asegurarme de que las almas llegaran a la necropolis y eso incluía tratar de hacer los procedimientos necesarios para garantizarlo.

- Anubis, dios de la muerte, maestro de las necrópolis. - Dije simplemente, identificándome como la deidad que era. Bien no tenía el poder que a lo mejor otras familias tenían, pero jugar con una deidad de la Muerte no es que fuera algo que debían hacer. Sobre todo porque luego yo tenia jurisdicción sobre ellos, y no es que fuera precisamente leve con aquellos que me ofendían. - Es mi labor asegurarme de que las almas lleguen a su destino, así que es normal para mi hacer estas cosas. - Dije, explicando la labor que hacía, que las almas tardaban mucho más en llegar si no había entierro, sobre todo porque las almas podían ver a sus seres queridos una última vez antes de pasar al otro lado por si mismas.

- Mas bien, todos aquí le agradecen a usted que haya traído su cuerpo. Muchas familias no tienen ese lujo. - Dije, recordando uno de los motivos que habían hecho que viniera al mundo terrenal. El tratar de hacer que todo el flujo de almas se frenase, y en ello se encontraba el que las familias supieran que les había pasado a sus seres queridos antes de que perdieran toda esperanza y acabaran reuniéndose forzadamente con sus seres queridos. No era solo los Aventureros los que perdían la vida en la Dungeon, también había familias enteras que se suicidaban por esos que perdían su vida, y mi labor era la de tratar de evitar eso mismo. Por eso el entierro normalmente ayudaba, le permitía a las familias llorar y seguir adelante con sus vidas.

El aventurero pasó a alegrarse de que hubiera alguien que se preocupara por que hubiera al menos entierros. Ese era el quid de la cuestión, en conseguir llegar a hacer entierros con los cuerpos de los aventureros. Muchas veces, simplemente eran ataúdes vacíos, con quizás alguna pertenencia preciada que dejaron atrás como método para recordarles, sin llegar a saber si seguían vivos o muertos. Claro está, sus almas seguían su curso vital hacia la necrópolis, pero igualmente tardaban más, o se volvían problemáticas en el sentido de no querer avanzar a menos que fuera totalmente necesario, fueran obligadas a ello, o solucionaran los problemas que hubieran dejado en su vida pasada.

El aventurero también pasó a quitarle importancia a lo de llegar a traer el cuerpo. Muchas veces aquellos que lo hacían no se daban cuenta del servicio que prestaban a las familias de los fallecidos el poder enterrar a su familiar con un cuerpo, en vez de simplemente un ataúd vacío, con la esperanza de que los compañeros que acompañasen al fallecido se hubieran equivocado y esa persona todavía siguiera con vida. A algunas personas eso les daba fuerzas para seguir con vida, pero otras acababan consumiéndose en ese deseo de ver a un ser querido con vida, y por tanto acabasen terminando con sus vidas al entrar en una Dungeon sin ser Aventurero de ningún tipo; o arruinados por pagar a los Aventureros para intenar encontrar alguna pista. Ese tipo de misiones me encargaba, pero no era algo agradable, y siempre me aseguraba de no dejar cabo suelto para evitar dar esperanzas vanas al que me pide ayuda.

Enarqué una ceja ante la pregunta que hizo Dietmar, antes de hacer una risa leve. - Se sorprendería la de veces que me han preguntado eso. - Dije, recordando que era una de las preguntas habituales de las familias de los fallecidos en cuanto lograban sobrepasar algo la pena. Era mejor no dar demasiados detalles, aunque tambien podía ser sincero en ese aspecto, dado que la muerte era algo que podía llegar a ser confuso incluso para aquellos acostumbrados durante siglos, y un mortal no iba a coger la versión detallada del asunto, sino mas bien la versión más simplificada posible.

- Solo podría hablar de las necrópolis, dado que dependiendo del que fallece, puede ir a diversos planos de los Muertos. No es lo mismo el Valhalla que el Inframundo. Generalmente es decidido por la principal creencia del fallecido, pero puede haber muchos factores que no pienso explicar. - Dije, explicando los factores básicos, aunque sin dar detalles. No quería recibir castigo por dar conocimientos que no debían salir a la luz precisamente. Pero al menos la parte de las creencias era algo que si podía decirse con tranquilidad, aunque hablar sobre la necrópolis era algo que no iba a entrar en detalles, dado que no quería dar posibles datos que luego pudieran ser usados en mi contra.

- Sobre la necrópolis, depende de como hayas sido en vida. No puedo darte mas detalles al respecto, pero si puedo garantizar que es normal que haya reuniones con gente que ha pasado al otro lado. Y un consejo personal que siempre me gusta dar, es que siempre hay que respetar a los fallecidos, dado que luego tarde o temprano te reuniras con ellos. - Dije, con una sonrisa al principio, que se evaporó en algo totalmente serio, dado que había algunos que se dedicaban a profanar cadáveres o rematar a los heridos que podrían haber vivido de otra forma. No me importaba que la gente muriera de manera natural, dado que la hora de pasar al otro lado les llegaba a todos, pero el acortar la vida natural de otras personas era algo que no iba a tolerar.

- ¿Y tu? ¿Donde deseas estar? - Pregunté, una pregunta que parecía ser sencilla para la mayoría, pero podía estar cargado de sentimiento o profundo conocimiento. Dependiendo de su respuesta, quizás tuviera algo de interés en este aventurero, pero aparte de eso no iba a tratar de robarle algun aventurero a otra familia, no era cuestión de ser rastrero en ese sentido. Pero me gustaría tener algunos aventureros que me pudieran ayudar a dar mayor conocimiento a la Familia, y quizás llegar a conseguir algún sitio donde vivir mientras no se fuera a las Dungeon entre otros. Pero como todo, iba a tener que tener paciencia en más de una situación.